Sumo, el combate japonés
El peso del cielo
La paradoja de una fuerza bruta que es el súmmum de la civilización. Un puñado de segundos en los que cristaliza la violencia dominada, ritualizada hasta el extremo. Dos cuerpos colosales chocan y se agarran, uno de ellos es derribado o empujado fuera del círculo y la pelea ya ha terminado, la tensión se ha esfumado. Impasibles, se saludan y abandonan la arena con paso lento. El sumo se describe a menudo como un deporte de combate, definición que supera sin esfuerzo como monumento religioso, histórico y popular.
La historia y la importancia del sumo
Los rikishi (término genérico japonés para designar a los luchadores de sumo) se dedican a este arte desde su adolescencia. Suelen unirse a los establos de sumo, o heya, con alrededor de quince años, donde viven en comunidad día y noche. Allí, a fuerza de abundante chankonabe (una guiso extremadamente rico en proteínas), sus cuerpos se transforman, se convierten en sumo. A las cinco se levantan, listos para empezar el keiko, la sesión de entrenamiento de la mañana. Limpian los dormitorios, barren y rastrillan el suelo meticulosamente. La dura disciplina del rikishi va más allá de la práctica del combate para aplicarse a toda su vida.
Colosos de pies ágiles
Los estiramientos son esenciales; se realizan en grupo y con ritmo, de forma meticulosa y sistemática. Su potencia no debe hacernos olvidar que el sumo es ante todo una técnica. Hay ochenta y dos llaves diferentes que los luchadores deben dominar, para lo cual entrenan diariamente.
Dentro del establo se impone una jerarquía muy estricta: los más jóvenes sirven y asisten a los mayores. Preparan el chankonabe, cocinan el arroz y se encargan de todas las tareas domésticas. Hay seis rangos dentro de la jerarquía del sumo. Los pocos que alcanzan el rango más alto, el de yokozuna, adquieren un estatus casi divino. El yokozuna conserva su título de por vida y su nombre pasa a la historia.
Titanes inmortales
El sumo, una tradición milenaria, se dice que apareció hace 1.500 años. El primer rastro de su existencia aparece en el año 712 en el Kojiki (literalmente crónica de cosas antiguas), una de las primeras obras escritas en japonés. El alma de Japón retumba al choque de estos titanes con el pelo recogido en un moño que recuerda la forma de la hoja de gingko, el árbol patrón del archipiélago.
Como parte integrante del sintoísmo, los combates de sumo celebraban a los kami, las deidades presentes en todas las cosas de la naturaleza, para obtener su benevolencia y, por tanto, buenas cosechas. No es casualidad que el gran estadio de Tokio que acoge los partidos, el Ryōgoku Kokugikan, con su techo curvo, recuerde a la arquitectura de los templos. Tras sus muros, un círculo de cuatro metros y medio de diámetro trazado en el suelo de arcilla, el dohyō, delimita la victoria y la derrota. La sal que se esparce sobre el dohyō antes de los combates es una práctica sintoísta que tiene por objetivo purificar la arena. Del mismo modo, el gran gesto de los luchadores golpeando el suelo con los pies pretende ahuyentar a los espíritus malignos.
Los grandes torneos, llamados hon-basho, se celebran durante dos semanas en diferentes ciudades del archipiélago durante los meses impares. En Tokio se celebra el hon-basho de enero, mayo y septiembre, en Osaka el de marzo, en Nagoya el de julio y en Fukuoka el de noviembre. Las cadenas de televisión de todo el país retransmiten en directo estos populares eventos, y verlos suele ser motivo de grandes reuniones familiares en todo el país.
¿Cómo asistir a un torneo de Sumo?
¡Es totalmente posible asistir a un combate de sumo durante tu estancia en Japón! Pero, ¿cuándo y dónde se organizan los torneos? ¿Cómo reservar asientos? ¿Cuánto cuesta? El mundo del sumo sigue siendo misterioso e inaccesible para la mayoría de los viajeros, pero Japan Experience puede ayudarte a ver a un combate en directo, una experiencia inolvidable...
- Para obtener más información, descubre nuestro artículo: Torneo de sumo en Japón, una guía para ver los combates.
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Una nueva cara para el mundo del sumo moderno
Desde principios de la década de 2000, los luchadores extranjeros han ido ganando sistemáticamente los torneos más importantes. Nada más llegar, los egipcios, mongoles o búlgaros, procedentes de países en los que la lucha libre ocupado un lugar importante en su cultura, tocan la esencia más profunda de Japón. Esta novedad, que se está convirtiendo en la norma -los extranjeros son ahora omnipresentes en la cima de la jerarquía del sumo- es inquietante. El número de aspirantes japoneses que entran en los establos disminuye año tras año y los funcionarios intentan introducir cuotas para limitar el acceso de los extranjeros. La mayoría de estas medidas son en vano, ya que los títulos de yokozuna siguen siendo cotizados por inmigrantes con talento.
Algunos consideran que es el canto del cisne de esta disciplina milenaria. Para otros, es una nueva prueba de su inalterable grandeza. A través del sumo, Japón reafirma el alcance universal de su particularidad cultural. Una influencia que combina la adaptación y el respeto a las tradiciones, una fuerza que es todo flexibilidad, que solo se dobla para alzarse más alta.
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