Pinturas monocromáticas Zen
La tinta y el agua
Un monje medita frenta a una pintura. Uno de sus compañeros hizo la caligrafía y otro creó la pintura. Los monjes budistas utilizan tanto la imagen como el texto como base para aplicar los principios de la meditación del budismo zen.
La base del sumi-e son el agua y la tinta. Estas obras monocromáticas características del periodo Muromachi (1336-1573) nacen del arte de mezclar y diluir estos elementos y de humedecer el papel y empapar el pincel. Los temas de estas pinturas varían, así como sus técnicas. Pero todas tienen el objetivo en común de lograr la evasión espiritual por medio de la contemplación.
Un arte que viene de afuera
La influencia china en estas obras es evidente. Ellas dejan ver la importación de conceptos zen que vienen del continente. Es así como varios personajes de la tradición china se han convertido en motivos clásicos, tales como Los cuatro durmientes de Mokuan, que representan a Fenggan, Hanshan y Shide. Los paisajes montañosos (sansuiga) con pinceladas agresivas a veces revelan la más pura tradición del Imperio Medio y a veces revelan una estética japonesa, mezclando suaves colinas y jirones de niebla. Al observar estos llamados "paisajes mentales", la mirada puede vagar durante horas, descubriendo una casa en una grieta de una roca o una persona esbozada con tan sólo unas pocas líneas. Las raíces chinas que crecen en el suelo japonés dan origen a este árbol artístico sin igual.
El poder de la línea
El equilibrio de estas pinturas se basa en sus contrastes y su armonía. Empezando por los colores: desde un negro profundo hasta un blanco luminoso, la paleta de grises infinitos le dan vida a las formas.
Luego está el gesto que le da alma a la pintura. Pinceladas vivas e incisivas o suaves y ligeras, trazos gruesos o extremadamente delgados que sólo un maestro puede lograrlos. En estas composiciones con tinta no hay margen para el error ya que es imposible corregir una vez que el pincel ha tocado el papel.
Los paisajes de Sesshu, tan bruscos que rayan en lo abstracto, son el ejemplo perfecto del dominio del movimiento y la espontaneidad al servicio de una estética zen. Simples y eficaces, las líneas dinámicas creadas por el pincel reflejan la más pura esencia de las cosas.
Por último está el contraste en la composición en sí: muy a menudo, las pinturas están acompañadas por poemas escritos en caligrafía en la parte superior de la obra. El texto y la imagen se combinan para formar una pareja extraordinaria.